CONVERSACIÓN EN EL AEROPUERTO

A veces, lo que resulta increíble es cómo se llega a la verdad y no lo extraño o sorprendente del suceso, eso lo tengo claro desde que estudié epistemología. Por lo tanto, os ruego aceptar que mi profesión me llevó a instalarme en una silla de madera de roble debajo de la barriga de un monstruoso avión 747 de la línea Aricane Et Artián, un martes a las 10:45 am, para verificar los seriales de unos repuestos cuyo inventario se había colocado en unas cajas que iban a ser cargadas en dicho avión.

Situación más bien rutinaria, dado mi oficio, un poco tediosa, algo mezquina, y, la verdad, irritante, dado el tamaño de la letra de los documentos de comprobación y porque en algunos repuestos los números de identificación los graba el fabricante donde se le facilita a él y no en donde después puedan ser leídos sin dificultad. También, porque la policía se había hecho presente y acercaba sus caballos más allá de lo que resultaba cómodo para una diligencia jurídico administrativa.

Cuando llegó la hora del almuerzo, a las 12:45pm,  nos sirvieron los sánduches y la gaseosa en unas mesitas grasientas cubiertas por un ridículo mantel de organdí bordado por algunos de los miembros del equipo de físico culturismo LGBT empresarial, recientemente desposados entre sí, en ceremonia colectiva para mecánicos de todo sexo. No me contaron bien, o no lo entendí, si el vínculo se constituyó por parejas o en colectivo polivalente, aunque todos estaban felices por el suceso. Esto no es relevante y sería inocuo, y quizá de todos modos lo sea, si no fuera porque nos quedamos sin luz, se estropeó el computador y se borraron los registros de toda la mañana.

Mientras se hacían las reparaciones se me permitió, o mejor, toleró, que algo va de uno a otro verbo, caminar unos metros por los alrededores. En ello estaba, cuando escuché unas voces gruesas, pausadas, acostumbradas a la conversación:

-¡Qué cantidad de pendejadas que se inventan en vez de ponerse a trabajar!

-¡Ja! Y eso es prácticamente todos los días.

-Bueno, pero a usted lo que le gusta es volar ¿o no?

-¡Claro! Aunque una buena carreteada también me anima.

-A mí me gusta la acción, sea al trote, al galope, o incluso al paso pero con ritmo. Lo que no me gusta es ser silla, como hoy, ahí como los muebles. Para eso están éstos.

-Bueno, pero dígame una cosa ¿por qué ustedes caminan diferente cuando están solos por ahí, a cuando son cabalgados?

-Es una cuestión estética y de satisfacción personal. Pero, no crea, en el campo, cuando jugamos, también hacemos nuestros pasos. Lo que sucede es que no hay como realizarse en el oficio, en la cabalgata.

-Opino que tenemos más cosas en común de lo que se cree ¿no le parece?

-Sin duda, sin duda.

-¿Y ustedes qué opinan de los humanos?

-Extraordinarios, nos sirven bien, nos animan.

-Sí, así es. Para nosotros son indispensables. No solo debo reconocer que sin ellos no podríamos desarrollarnos a fondo, sino que nos ayudan a crecer, a volar.

-Mi papá decía que debemos tratarlos bien porque son nuestro mejor servidor.

-Sí, la grandeza mecánica la aportan ellos. En eso es distinto con ustedes, porque ustedes no son mecánicos ¿o sí?

-Bueno, sí, aunque no somos construidos o ensamblados, como ustedes, nuestro funcionamiento interno está basado en la mecánica. Por ejemplo, observe nuestras patas en la parte anterior a los cascos, es decir, esta parte, aquí, en la que nos apoyamos. Es tan compleja como su tren de aterrizaje, solo que más pequeña.

-Sí, tiene usted razón. En realidad nuestra esencia no es el tamaño, ni la capacidad de carga, sino nuestra estructura de vuelo.

-¡Claro! Claro, eso lo entiendo, en nuestro caso es la velocidad, la fuerza interior, esa potencia pura, majestuosa, que se refleja en nuestros músculos. Por eso los humanos nos hacen tantos retratos.

-Igual a nosotros, aunque más que retratos al óleo y cosas de esas, que tienen una tendencia hacia lo vivo, a nosotros nos fotografían y nos hacen películas, que, yo sé, a ustedes también, pero sí, a ustedes el homenaje es a través de retratos, de la pintura.

-¿Ustedes no pertenecen a lo vivo?

-Pero no en el sentido de vida animal, lo nuestro es más articulación existencial, somos más de materiales, de cosas predeterminadas, mucho más rígidos, somos estructurales y, claro, no somos fisiológicos sino estructuralistas.

-Sí, sí, sé a lo que se refiere. Nosotros somos más bien blandos, biológicos, así es.

-Pero, volviendo al tema, creo que nos parecemos, ambos utilizamos a los humanos con mucho respeto y entendemos que son un complemento perfecto para nuestros propósitos.

-Sin lugar a dudas. ¿Ha notado la ceremonia, la dignidad que asumen ante nosotros?

-¡Claro! Siempre uniformados, cubiertos, cautelosos, advertidos, solemnes, jerárquicos.

-Sí, sí ¿y qué tal cuando hay guerra?

-¡Extraordinario! Ustedes en eso nos llevan siglos ¿o no?

-Sí, pero ustedes lo han hecho de maravilla. ¿Qué tal cuando le enfilan a un barco lleno de ametralladoras en la mitad del océano? El otro día hablaba con una ametralladora e incluso ellas reconocen que ustedes se ven muy bien.

-Sí, pero nada como cuando ustedes arrancan a toda velocidad a campo traviesa contra un batallón igualmente desbordado, incontenible. ¿Ha notado que a veces en las películas estas escenas salen en cámara lenta? Como en “Gladiador” o en “El Último Samurái”.

-Sí, claro. ¿Sabe cual me gustó?

-“Top Gun”

-¡Claro! Fue un tremendo homenaje a los modernos.

-¡En fin! Cada uno en lo suyo. Ahí vamos.

-Sí señor. Me toca irme a trabajar. Ha sido un placer.

-Igualmente, que esté bien.

Por supuesto, esta conversación me abrió el pensamiento, me dimensionó en otra concepción, caí en cuenta de muchas cosas. La verdad, terminé de hacer mi informe con alegría. Así se lo comenté a mi automóvil mientras regresaba a la oficina.

 

FIN.

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