Marcel Proust. Perdido

 

Un intelecnauta, sin duda. Lee la revista El Malpensante mientras almuerza en Subway un emparedado “italianísimo”, Coca Cola y papas fritas, el 31 de diciembre de 2014.

Y no son cosas de poca monta. Por una parte, un poema de Bukowski y por otra, un sesudo artículo sobre las lecciones que un novelista ha sacado de Proust y sus 3.000 páginas de “En Busca del Tiempo Perdido”. Así son las personas en días y circunstancias cuando el día es soleado y el viento sopla fresco y no hay pajaritos en la calle.

El vendedor pregunta: “¿de quince o de treinta centímetros?”

Y el comprador responde: “¿cuál es la diferencia?”

Y el vendedor responde: “los quince que le restan son iguales a los quince que le faltan”

Y yo exclamo: ¡guau! Así, no como un perro sino como un English speaker ¿know what I mean?

Y alguien más se acuerda de “todo no vale nada si el resto vale menos”

Todos, por supuesto, intelectuales, pensadores reflexivos unidos por lo alto, es decir, por la trascendencia, la profundidad. Son gente de mucha monta, divulgadores del lenguaje, maestros de la ceremonia, lectores de cosas importantes, utilizadores de la sabiduría sencilla y plena con la que los grandes novelistas sacuden a las almas buenas con exquisitez, con el caviar ecuménico de los humildes que “así son”. Sin pedantería ni aspavientos, pura comprensión. Lindos ¿de qué otra forma podrían ser?

 

 

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