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Ambientación fotográfica: ver fotos en documento anexo: «fotos» Enero 18 de 2.016

 

NOVEDADES DEL NUEVO AÑO

 

Es muy extraño y poco factible, a decir verdad, que alguien presencie algo tan poco usual y aparatoso como lo que pude presenciar desde las 2:40 p.m. de hoy, 18 de enero de 2.016 en la calle 116 Bis con carrera 7ª., costado oriental, justo donde se inicia la zona de ventorrillos del mercado de las pulgas de Usaquén.

Voy caminando con dirección norte y escucho un aleteo como de sábanas o de velas sueltas al viento, me cubre una sombra fugaz y, al levantar la vista, veo una barahúnda atropellada de colores y artefactos que aterrizan en desorden sobre una escultura que en esencia son unas lanzas de afiladísimos triángulos que apuntan hacia el cielo.

Debajo de todo este aparataje, que se va comprendiendo que es un parapente con su tripulante, se oye un grito de auxilio. Caen numerosas gotas de sangre que conforman un hilillo hacia la calle. Por supuesto, en muy poco tiempo hay varios vendedores de mochilas y gorras que empiezan a actuar para prestar ayuda al autor de la gritería, cada vez más aguda y angustiosa.

Yo también, por supuesto, asumo la actitud corporal de quien está dispuesto a ayudar. Pero no hago cosa alguna en concreto aunque creo haber exclamado ¡qué barbaridad! ¡Ayudémoslo! Y otros exclaman: “¡Ojo!, retírele el sleeping, cuidado con la cara, ¡no, no lo jale de ahí!” Y él: “gracias amigo, estoy bien, pero …. ¡No, no me mueva la pierna! “¡Está enganchado! ¡Llamen un médico ¡ ¡Una ambulancia! ¡Qué paso?! Mucha sangre, todo el ropaje está rojo.

Un rufián pretende robarle el altímetro y la brújula. Un personaje lo detiene y recrimina. El rufián abandona la escena.

Llega la policía: “desalojen, desalojen” y, hasta cierto punto se diría que desalojamos, pero se siguen escuchando los alaridos. Llegan los paramédicos[1] y le toman los signos vitales al navegante, que está muy mal. Grita. Diagnostican que por la forma como quedó sobre las alabardas no es posible jalarlo en horizontal, tendrá que ser removido desde arriba, o mejor, hacia arriba. Pasa un gato a husmear la sangre; por ahora no hay perros.

Alguno trata de pararse acrobáticamente sobre la escultura para sacarlo. Pero es evidente que puede caerse y quedar engarzado por mala parte. Además, tendrían que ser varios igual de arriesgados. La cosa no pinta bien. Además, las cuerdas y la vela del parapente, ya bastante desgarrada, incomodan sobremanera toda la operación que, diríase, es algo sub real, casi absurda.

Un policía corta cuerdas, hace un paquete grande y pesado y lo mete dentro de la patrulla. Nadie se percata. Yo, porque ahora lo recuerdo.   Exclamaciones: ¡Una grúa pequeña! ¡Se necesita, por Dios, una grúa pequeña! El hombre grita, jadea, pero la sangre ya no brota. No a borbotones, ni de otra forma. Diríase que no va a morir.

  • ¿Tendrá afectada la yugular?
  • No creo, habríase desangrado, tío.

Grúa pequeña no hay, pero alguien dice que quizá una de las grúas enormes, ciclópeas, de la construcción de la esquina podría servir. Un policía sale hacia la construcción, pero camina despacio. Los paramédicos le tienden una manta encima y, para calentarlo, encienden debajo un reverbero que ha ofrecido la señora de una tienda cercana.

  • No lo dejen morir, noo!! , exclama un alma buena.
  • Ayayay¡¡, grita el navegante.
  • Que el que maneja la grúa salió a la tienda a tomar gaseosa, pero que no demora, informa el policía. Llegan 2 patrullas más.
  • No dejen entrar los perros, grita un teniente.
  • ¿Qué pasó? Me pregunta uno
  • Que un parapentista se enganchó en la escultura y está grave.
  • ¿Cómo?
  • Calculó mal el aterrizaje.
  • ¿De dónde salió?
  • De la montaña, no hay duda. Quizá estaba pagando una promesa.
  • Como los que suben de rodillas a Monserrate?
  • Sí, pero en parapente.

Le han puesto suero, un respirador artificial y hay tres personas de medicina y algunos policías, todo diríase controlado. Al filo de la media noche hay unas poderosas lámparas y ha llegado la familia, todos muy conturbados. Ya no se escuchan alaridos. Dicen que el de la grúa puede jalarlo, pero que el de la casa intermedia exige precaución.

Entonces un operario camina por la horizontal hasta el extremo y se pone en contacto con otro operario que transmitirá las decisiones a ejecutar por el gruero. El levantamiento fue catalogado por los transeúntes como muy exitoso, aunque hubo alarma por las heridas evidentes en la cara, el hombro, la cintura y las piernas. Perdió un zapato. El suero y el respirador fueron izados en un andamio colgante armado a la perfección y colgado del pecho y los pies del navegante. Hubo aplausos sí, pero la escultura quedó llena de sangre. Alguien dice que el parapentismo urbano debería regularse. Estoy de acuerdo.

[1] Así exclamó alguno, pero podrían ser médicos

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